lunes, 15 de octubre de 2018

Usar la Naturaleza no es lo mismo que quererla

El título de este artículo viene a cuento de la concentración ciclista prevista el próximo 1 de julio en Cercedilla (Madrid) para protestar por las limitaciones al ciclismo esbozadas en el Plan Rector de Uso y Gestión (PRUG) del Parque Nacional de la Sierra de Guadarrama.

En mis muchos años de dedicación a la protección del medio ambiente, he visto y escuchado a muchas personas que usan la naturaleza encenderse cuando se les dice que ese uso que hacen de ella la daña. Porque ellas (dicen), son sus máximas defensoras.


En el caso de agricultores, ganaderos y cazadores, cuántas veces habré oído que, si no fuera precisamente por ellos, la naturaleza estaría reducida a la nada. Hombre, cierto es, afortunadamente, que hay prácticas agrícolas y ganaderas sostenibles, e incluso que la caza, aunque pueda ser éticamente cuestionable, puede resultar compatible con la protección del entorno. Pero también lo es que, en demasiados casos, ocurre lo contrario.

Cuando ya en 1986 la, por entonces, Agencia de Medio Ambiente de la Comunidad de Madrid, propuso la prohibición de la escalada y el tránsito al pie de aquellas paredes donde se hubiera constatado la nidificación de especies protegidas, la representante de la Comisión para la Defensa de la Montaña (CDM) en el Patronato del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares, que en ese momento representaba también al conjunto de las organizaciones ecologistas madrileñas, se opuso a la medida. La CDM agrupaba a escaladores que sostenían que las aves rapaces toleran sin problemas la presencia humana en la cercanía de sus nidos en época de reproducción, lo cual, simplemente, no es cierto.

Con motivo de la prohibición del baño (de miles de personas) en La Pedriza, también surgieron voces que alegaban su compatibilidad con la conservación de la calidad del agua del río Manzanares y de la vegetación de sus riberas. Y, ahora, vecinos del entorno del embalse de Santillana reclaman la navegación en el mismo y la construcción de un paseo fluvial… sostenible. El embalse es una lámina de agua con presencia de nutria en alguna de sus zonas y que todavía mantiene una interesante población de aves acuáticas, aunque mucho menor de lo que llegó a ser en los años ochenta.
Hasta he llegado a escuchar a un motorista que hacía cross por mitad de la Dehesa de Moncalvillo, un espacio natural excepcional en el pie de sierra madrileño, que él en realidad estaba patrullando la dehesa para localizar atentados medioambientales y que amaba ese bosque más que nadie.

Hace poco más de un año, en un encuentro en Cerceda al que asistían muchos aficionados a la práctica de la bici de montaña, una persona del público intervino para quejarse de que se pone el énfasis en el impacto de la bici de montaña y no en el del senderismo, a pesar de que, según ella, son equivalentes. Si la memoria no me falla, fue Julio Vías, gran conocedor de la sierra de Guadarrama, quien le explicó lo obvio: la rodada de la bici es continua, la pisada no lo es, y la fuerza que coge una bicicleta (igual a la masa que desplaza por la aceleración), especialmente cuesta abajo, es mayor y, por tanto, la presión y el efecto erosivo sobre el suelo, también lo son.

En mis salidas campestres encuentro con demasiada frecuencia nuevos caminos abiertos por los ciclistas en lugares delicados; estos caminos se van ensanchando progresivamente y provocan un efecto llamada. Incluso los senderos ya existentes se van ampliando y los surcos que hacen las ruedas se van profundizando también. Aceptar el uso prácticamente sin restricciones de la bici de montaña, como parece pretender IMBA (International Mountain Bicycling Association), convocante de la citada concentración, supone multiplicar la presencia humana en los espacios naturales, ya que una persona que sale en bici recorre más distancia que una que lo hace a pie y, además, a mayor oferta de espacio, mayor será la demanda.

Los ecosistemas tienen una capacidad de carga, es decir, que a partir de ciertos límites, empiezan a producirse daños. Está comprobado que, allí donde se producen concentraciones y/o tránsito frecuente de personas, la vida silvestre se resiente. En el caso de la bicicleta de montaña, además, se pierde suelo, que tarda cientos de años en volver a formarse y recuperar la capacidad de sostener vegetación. Si a eso añadimos que la sierra de Guadarrama es el aliviadero de 6,6 millones de madrileños y segovianos, a nadie le debería parecer tan descabellado poner límites. Límites, sí, ese concepto que para algunos es odioso.

Por otra parte, en la Comunidad de Madrid hay más de 4.400 km de vías pecuarias, a los que hay que añadir otros caminos de tierra, que son aptos para la práctica del ciclismo. ¿Por qué hay que concentrar la presión sobre los espacios naturales más frágiles? Ya sé la respuesta, puesto que la he oído a practicantes de este deporte: porque el paisaje es más bonito y el relieve más accidentado, lo cual hace que la experiencia sea más intensa.

Cuando le cuentas a algún amigo o familiar que tienes tal o cual dolencia, a menudo te diagnostica lo que tienes y te dice lo que debes tomar para curarte: genial, ¡todos somos médicos! Pues bien, con las actividades en la naturaleza ocurre algo parecido. Es como si una especie de “ciencia ciudadana” infusa transformara a cualquiera en experto ecólogo capaz de identificar los impactos a corto, medio y largo plazo de cualquier práctica que se haga en el medio natural.

Estas actitudes no son más que autoengaño. Incapacidad, en unos casos por falta de madurez y, en otros, por interés económico, de admitir que la realidad no es como a uno le gustaría que fuese y que nosotros tampoco somos tan impecables como nos queremos creer. Son el resultado de una sociedad consumista, narcisista y con un umbral de frustración bajísimo, de modo que cualquier afición se convierte en una necesidad vital y en un derecho adquirido. Y, en cuanto algún colectivo se siente señalado y cuestionado, antes de dialogar y razonar se pone a la defensiva y argumenta que se le está “criminalizando”.

Por favor, si no nos interesa la protección de la naturaleza, digámoslo claramente. Pero no caigamos en el autoengaño y en la hipocresía, no juguemos a ser ecologistas y científicos. Abogo por aceptar límites y medidas de prevención. Por otra parte, no hay nada inamovible. Todo se puede reevaluar en el futuro. Pero dejemos que sean el sentido común y el conocimiento científico los que guíen nuestra toma de decisiones, en lugar de unas emociones mal gestionadas. Es lo que tiene el desafío medioambiental, nos atañe a todos y nuestras actitudes nos retratan, no hay escapatoria.

Por Miguel Á. Ortega, Presidente de Reforesta. Artículo publicado originalmente en EfeVerde

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