El pasado mes de noviembre, Jose
María Corrales Vázquez advertía en un artículo en El Periódico de Extremadura
de que esta región estaba sufriendo silenciosamente la pérdida de un patrimonio
de incalculable valor: sus árboles más viejos. Es lo que ha ocurrido con los
árboles que formaban la Olmeda de los Baselisos de Maguila, y con el alcornoque
conocido como 'el Abuelo de la Herguijuela', este último en pleno Parque
Nacional de Monfragüe. También está muy deteriorada la salud de la encina
llamada “La Nieta”, de Torre de Santa María. El autor del artículo decía que,
si valoráramos adecuadamente a estos árboles, los cuidaríamos al igual que
cuidamos a nuestros mayores cuando están enfermos o, simplemente, desgastados
por la vejez.
Reforesta une su voz a la de Jose
María y a la de quienes reclaman atención hacia los árboles maduros. Son una
reserva genética y el hogar de otros seres, como el lirón, la gineta, el
cárabo, el mochuelo y otras muchas aves y también reptiles que encuentran
refugio en sus huecos. Son testigos mudos del paso del tiempo. Cuando estoy a
la sombra de uno de estos magníficos árboles, me sobrecoge pensar en cuántos
seres humanos habrán hecho lo mismo que yo a lo largo de los trescientos,
cuatrocientos o incluso, en algunos casos, más de mil años de edad de estos
venerables abuelos. Pienso también en las posibles escenas que se han
desarrollado ante ellos: el trabajo de leñadores y ganaderos, lances
cinegéticos y, quién sabe, quizás también amorosos. Y, además, estos árboles
son siempre los más bellos.
La Tierra en su conjunto sigue
perdiendo bosques, pero no ocurre lo mismo en Europa y, en particular, en
España, donde el impulso de la naturaleza se adueña de los terrenos que antes
se dedicaron a la agricultura y ahora ven los árboles crecer. Este proceso viene
sucediendo desde hace décadas.
Si prestamos atención en nuestros
viajes, apreciaremos la ausencia de grandes troncos. Incluso nos sorprenderá lo
frágiles que son muchos pinos y robles y lo juntos que crecen, o lo
achaparradas que son las encinas. Cuando encuentran terreno yermo y se les deja
a su aire, a menudo los árboles crecen de forma invasiva. Con el paso del
tiempo, las enfermedades forestales, el viento, las situaciones meteorológicas
extremas e, incluso, el fuego, realizarán una selección natural, y quedarán
menos árboles, pero más fuertes, de modo que el bosque irá tomando forma.
Porque esas jóvenes masas
forestales, que observamos en muchos lugares, no han reunido aún méritos
suficientes para ganarse el calificativo de “bosque”. Un bosque es un
ecosistema en el que existen relaciones complejas entre los seres que en él
viven, las cuales dan lugar a un equilibrio dinámico, es decir, a un equilibrio
asociado a un permanente estado de cambio. Para empezar, muchos de esos
arbolillos, sobre todo en el caso de las especies del género Quercus
(alcornoques, coscojas, encinas, quejigos y robles) producen tallos desde una
misma raíz, así que, lo que nos parece que son varios árboles distintos, en
realidad es un solo árbol. Esto debilita al árbol, ya que es mejor un solo
tronco fuerte que varios débiles. Así crecerá con más vigor y producirá antes
semillas, las cuales, además de ser alimento para la fauna, contribuirán a
regenerar el bosque con pies fuertes, puesto que los árboles más sanos no son
los plantados, sino los que logran prosperar a partir de una semilla germinada
en el monte.
Pero, incluso en bosques ya
consolidados es cada vez más difícil encontrar árboles viejos. Parece que esto
es así en todo el planeta. En España, el investigador Miguel Ángel de Zavala, coordinador
del Grupo de Ecología y Restauración Forestal de la Universidad de Alcalá de
Henares, declaraba hace unas semanas a la agencia EFE que “en nuestro país,
siempre hemos tenido turnos de explotación muy cortos, que no dejan a los
bosques envejecer”. Esto también tiene
su reflejo en la poca madera muerta que queda en muchos bosques. Desde el punto
de vista ecológico, es un error retirar todos los troncos caídos: la naturaleza
dispone de todo un ejército de criaturas capaces de descomponerlos para
enriquecer el suelo. Entre ellos destaca el magnífico y cada vez más raro
escarabajo llamado ciervo volante que, cuando es oruga, vive dentro de esos
troncos, de los que también se alimenta. Y, además, estos animales descomponedores
de la madera son presas de otras especies, de manera que la madera muerta es
una despensa que nutre al suelo y a muchos animales.
Precisamente, Miguel Ángel de
Zavala es el único investigador español que ha participado en un equipo
internacional de científicos que ha analizado las medidas de crecimiento de
673.046 árboles de 403 especies de todo el mundo (49 europeas, prácticamente
todas ellas de España), y sus tasas de crecimiento de biomasa (o volumen). Y
han demostrado que, al contrario de lo que se creía hasta ahora, los árboles
viejos crecen más. Y esto revaloriza
enormemente el papel de los abuelos del bosque en la lucha contra el cambio
climático, que es, sin duda, el mayor desafío al que se ha enfrentado nunca la
humanidad. Zavala declaro a EFE que “los
árboles grandes pueden llegar a capturar en un sólo año la misma cantidad de
carbono (CO2) que fija un árbol mediano en toda su vida”, es decir,
que “mientras están vivos, los árboles grandes y viejos juegan un papel clave
en la dinámica del carbono del bosque”.
Reforesta se dedica a la
educación ambiental y a la conservación de la naturaleza. Reforestamos y
estudiamos los bosques. Hemos tenido la oportunidad, gracias al trabajo de
nuestro técnico Rubén Bernal, de catalogar árboles singulares en la zona norte
de la Comunidad de Madrid. Hemos ampliado el conocimiento disponible sobre
ellos y nos hemos sorprendido de la vitalidad con que la naturaleza devuelve a
nuestras tierras especies como el tejo, que sufrió antaño la acción de los
rebaños domésticos de cabras y, lamentablemente, ahora sufre la depredación
desequilibrada de las cabras monteses reintroducidas hace un cuarto de siglo.
Precisamente, uno de los tejos de la vertiente madrileña de la sierra de
Guadarrama, al que se le calculan entre 1000 y 1500 años de edad, podría ser el
árbol más viejo de España.
La naturaleza es arrolladora; es
muy fácil embelesarse con ella y sentirse pequeño en su seno. Nos produce admiración
pero, apreciada en su conjunto, esa
admiración que sentimos es abstracta. Tenemos que descender al detalle para
adaptar esos sentimientos a una escala más humana. Por eso, contemplar un
animal o un árbol puede dejarnos tanta huella o más que admirar un paisaje.
Humanicemos nuestra relación con los viejos árboles, que son, por naturaleza,
los más dignos destinatarios de nuestra humana admiración.
Por Miguel Á. Ortega, Presidente de Reforesta
Enhorabuena por vuestro trabajo!! Te recomiendo una visita al valle de los tejos que hay cerca del nacimiento del Guadalquivir en Cazorla. Hay muchos ejemplares pero uno de ellos se te quedará gravado en la retina para siempre, le calculan cerca de 2000 años. Un saludo
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