Por Miguel Á. Ortega, presidente de Reforesta
Los hemos tenido cubriendo gran parte de la superficie terrestre, incluso en zonas hoy desérticas. En la actualidad recuperan terreno en los países más desarrollados, pero lo siguen perdiendo en los menos avanzados.
Los hemos tenido cubriendo gran parte de la superficie terrestre, incluso en zonas hoy desérticas. En la actualidad recuperan terreno en los países más desarrollados, pero lo siguen perdiendo en los menos avanzados.
En
España y en otros países fueron combatidos. Estorbaban a la agricultura y a la
ganadería. Se los esquilmó para obtener un preciado material, útil para
construir, esculpir, calentar y cocinar. Algunos desaparecieron y sus restos
cruzaron mares y océanos transportando mujeres y hombres a nuevas tierras
prometidas o a infiernos bélicos. Por desgracia, algo de esto sigue sucediendo
en diversas partes del planeta. Continúan estorbando a gobiernos, compañías
mineras, petroleras y agroganaderas. Son eliminados para cultivar soja, palma,
conseguir pastos para el ganado, abrir minas, instalar plataformas petrolíferas
o construir grandes presas.
Cuando
se incendian o se degradan en exceso emiten carbono: anualmente entre el 15 y el
20 por ciento de las emisiones mundiales de este gas, principal responsable del
cambio climático. Por el contrario, si se gestionan adecuadamente, son nuestro
mejor aliado en la lucha contra este fenómeno: poseen el potencial de absorber
un décimo de las emisiones mundiales de carbono previstas para la primera mitad
de este siglo en su biomasa, suelos y productos y almacenarlos, en principio, a
perpetuidad.
A
estas alturas el lector ya sabe que este artículo habla de los bosques. Pero
ojo, de los bosques de verdad, no de los cultivos forestales. Todos los años,
especialmente en verano, nos impactan las escenas de los incendios forestales.
Pero muchos de ellos no afectan a verdaderos bosques, sino a cultivos de
eucalipto o distintas especies de pino, que nos brindan solo una pequeña parte
de los beneficios proporcionados por los auténticos bosques. En cualquier caso,
cuando un árbol se quema, aunque sea parte de un cultivo y no de un bosque,
libera el carbono almacenado en sus tejidos; ese carbono se combina con el
oxígeno de la atmósfera para crear CO2, un gas que permanece en la
atmósfera calentando nuestro planeta gracias al efecto invernadero. El efecto
invernadero natural es, por tanto, positivo, pero el efecto invernadero
provocado por las emisiones derivadas de las actividades humanas altera el
clima y, literalmente, mata.
Sigamos
con los beneficios de los bosques. Forman parte de ciclos esenciales para la
vida: el del carbono, el del nitrógeno, el de los nutrientes y el del oxígeno.
Protegen los recursos hídricos y el suelo, de los que ellos mismos dependen.
Gracias a las copas y troncos de los árboles, el agua de lluvia se infiltra
lentamente en la tierra. Sin la vegetación, el agua y el viento arrastrarían la
tierra hacia ríos y embalses, disminuyendo la capacidad de almacenamiento de
estos últimos y, por tanto, nuestra disponibilidad de agua. Además, los bosques
facilitan la condensación del vapor de agua de la atmósfera y su precipitación
en forma de lluvia.
Los
bosques albergan el 80 por ciento de la biodiversidad terrestre. Y en esa
biodiversidad se encuentran especies de fauna y flora comestibles o
medicinales, cada vez más utilizadas por la industria farmacéutica. Según la
FAO (Organización de Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación),
“los bosques proporcionan medios de subsistencia a más de mil millones de
personas que viven en condiciones de pobreza extrema en todo el mundo y aportan
empleo remunerado a más de cien millones. Son el hogar de más del 80 por ciento
de la biodiversidad terrestre del
planeta y ayudan a proteger cuencas hidrográficas fundamentales para
suministrar agua limpia a gran parte de la humanidad”.
Y,
además, los bosques albergan la memoria de la humanidad. En ellos, gracias a
ellos y, a veces, contra ellos o por ellos han sucedido muchas cosas y se han
desenvuelto las generaciones que nos han precedido. Su valor inmaterial es
incalculable, como lo demuestra el que en pueblos y ciudades intentamos
tenerlos presentes a través de nuestros parques y jardines o que, cada vez que
tenemos días de descanso o vacaciones, miles de personas buscan en ellos una
ansiada relajación.
Bosquiterio
Los
bosques son, además, futuro. Sin ellos no hay vida. Hay un pequeño pueblo del
norte de la provincia de León, Orallo de Laciana, que lo ha entendido así. Los
vecinos de esta localidad han emprendido el proyecto Bosquiterio. Su intención
es plantar árboles entre los escombros de la minería del carbón para enterrar
el pasado y hacer crecer la esperanza en el futuro. De ahí viene el nombre de
la iniciativa, Bosquiterio, de la unión de bosque (igual a futuro) y cementerio
(igual a pasado). Pretenden así simbolizar un cambio de ciclo que, a partir del
cese de la actividad minera, debe dar lugar a otro tipo de desarrollo basado en
el respeto al medio ambiente.
Bosquiterio
resume todo lo que hemos intentado explicar en este artículo. La Junta Vecinal
de Orallo de Laciana invitó a la ONG Reforesta a apoyar este proyecto y hemos
aceptado agradecidos esa invitación. Reforesta anima a particulares, empresas e
instituciones a sumarse a esta valiosa y hermosa iniciativa, representativa de
un anhelo de lograr un desarrollo sostenible bien enraizado, ya que parte de
donde debe partir: de la voluntad de los propios habitantes del lugar, que
quieren enlazar con un futuro mejor a través de los bosques. Tomemos ejemplo.
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