La 68º Asamblea General de Naciones Unidas declaró 2015 como Año Internacional de los Suelos y ahora que llegamos a su fin, es un buen momento para hacer balance sobre las consecuencias de su degradación.
Según la FAO[1], en Europa cada hora se pierden 11 hectáreas de suelo vivo debido a los procesos de urbanización. España, antes del estallido de la burbuja inmobiliaria, representaba un claro exponente del fenómeno hiper-urbanizador, ya que entre 1976 y 2009, de los más de 3,5 millones de hectáreas de tierra agrícola perdidas, casi medio millón de ellas pasaron a ser tierras no agrícolas susceptibles de ser urbanizadas[2].
La urbanización implica el sellado permanente de la capa superficial del suelo y, en definitiva, su deterioro irreversible, ya que altera o anula algunas de sus capacidades clave, como son: la infiltración de agua, la fijación de carbono, su función como hábitat de multitud de microrganismos, etc.[3]
Sin embargo, a pesar de ser un recurso clave, los suelos se encuentran en un estado de deterioro preocupante. A nivel mundial, el 33% del suelo está degradado, debido básicamente a la erosión, agotamiento de nutrientes, acidificación, salinización, compactación y contaminación química[4].
En España, casi el 50% del suelo en riesgo de degradación.
Uno de los principales agentes degradadores, la erosión, es un fenómeno especialmente activo en nuestro país. En España, en casi la mitad del territorio (46% aproximadamente) se pierden en torno a 12 toneladas de suelo por hectárea y año, y estas tasas son más severas en un 12% del Estado, dónde se registran tasas de pérdida de suelo de 50 toneladas por hectárea y año[5]. La magnitud de estas cifras es alarmante cuando se sabe que la generación de una capa de suelo sano de un centímetro puede prolongarse más de 1.000 años[6].
Una de las medidas más efectivas para frenar la erosión es la conservación y recuperación de la cubierta vegetal. Pero el cuidado y mejora de la vegetación no es sólo útil para evitar la erosión, sino que también es importante para mitigar los efectos del cambio climático.
Especialmente relevantes en la lucha contra el calentamiento global son los suelos forestales, por su papel como sumideros de carbono. Se estima que debido al ritmo actual de conversión de bosques y pastos naturales en tierras de cultivo, se puede perder entre un 20 y un 40 por ciento de la capacidad de sumidero de carbono de los suelos[7]. Por ello, la conservación de los bosques naturales y la promoción de reforestaciones biodiversas con especies autóctonas, son acciones estratégicas para mitigar el cambio climático y conservar y restaurar los suelos.
En este sentido la Asociación Reforesta ha continuado en 2015 su labor de mejora y expansión de los bosques mediante la plantación de 1.882 árboles. Desde 2009, con el inestimable apoyo de miles de voluntarios, la ONG ha plantado casi 11.400 árboles de 35 especies diferentes. Estas acciones han contribuido a la conservación directa del suelo de las 32 hectáreas reforestadas; sin embargo, la superficie beneficiada indirectamente, aunque difícil de calcular, es muy superior, ya que la mayor parte de las reforestaciones se han desarrollado en zonas de montaña, en las que, si falta la vegetación, las lluvias pueden desencadenar procesos erosivos que afectan también a las tierras situadas más abajo.
Foto: degradación del suelo por sobrecarga ganadera en una finca del Parque Regional de la Cuenca Alta del Manzanares.
[1] FAO
[2] Barbero-Sierra, C., Marques, M.J., Ruiz-Pérez, M., Escadafal, R., Exbrayat, W., 2015. How desertification research is addressed in Spain? Land versus Soil approaches. L. Degrad. Dev. 26, 423–432. doi:10.1002/ldr.2344.
[3] Burghardt, W., 2006. Soil sealing and soil properties related to sealing. Geol. Soc. London, Spec. Publ. 266, 117–124. doi:10.1144/gsl.sp.2006.266.01.09.
[4] FAO
[5] MMAMRM, 2008. Programa de Acción Nacional Contra la Desertificación. Ministerio de Medio Ambiente, Medio Rural y Marino, Madrid.
[6] FAO
[7] FAO
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