Por Miguel Á. Ortega, Presidente de Reforesta
Para quienes llevamos décadas trabajando en educación ambiental es evidente que, aunque la concienciación general sobre la protección del medio ambiente ha avanzado, no lo ha hecho al ritmo necesario; de ahí que, a pesar de ello, como todos los informes sobre la cuestión indican, la salud del planeta sigue deteriorándose y, en lugar de ir a mejor, la tendencia es ir a peor.
Para quienes llevamos décadas trabajando en educación ambiental es evidente que, aunque la concienciación general sobre la protección del medio ambiente ha avanzado, no lo ha hecho al ritmo necesario; de ahí que, a pesar de ello, como todos los informes sobre la cuestión indican, la salud del planeta sigue deteriorándose y, en lugar de ir a mejor, la tendencia es ir a peor.
Por tanto, algo está fallando. Si no reformulamos objetivos
ni nos dotamos de mejores herramientas con las que afrontar el reto, estaremos
perdiendo el tiempo, la magnitud de los problemas crecerá y, con ello, también
lo harán los conflictos.
Teniendo lo anterior en cuenta, la pregunta que toda persona
que sienta una preocupación sincera por el género humano debería hacerse es: ¿está
el ser humano actual, en particular, el ser humano acomodado, capacitado para
vivir de forma sostenible? Yo avanzo una respuesta: NO. Cuando digo que no es
porque ni quiere, ni puede. Dice querer pero, en realidad, no quiere, porque no
está dispuesto a hacer cambios en su forma de vida ni en su organización
social. No puede porque está atrapado en la trampa del crecimiento económico,
de un modelo que necesita crecer continuamente para no colapsar, aunque el
crecimiento continuo en un sistema de recursos finitos le lleva también al
colapso.
¿Cómo capacitarnos? La respuesta es atendiendo al sentido
común y a nuestro conocimiento científico sobre el comportamiento humano. Debemos
dirigir nuestra propia evolución, disponer de una hoja de ruta para nuestra especie. Para ello tenemos que empezar definiendo nuestros
objetivos. Parece razonable que sean los siguientes:
- Que los seres humanos comprendamos y respetemos los procesos ecológicos básicos que hacen posible la vida en La Tierra y otorguemos a todos los seres vivos un valor intrínseco, más allá del beneficio concreto que nos puedan reportar.
- Que los seres humanos, en nuestra vida grupal (naciones, tribus y otros colectivos) e individual, seamos capaces de experimentar la felicidad sin menoscabar la del resto de individuos de nuestra especie. Aparentemente, este objetivo no guarda relación con la capacidad de vivir conforme a modelos de desarrollo sostenible pero, en la medida en que conseguirlo entrañaría una reducción de los conflictos y un mejor reparto de los recursos, sí está intensamente relacionado con el desarrollo sostenible (el cual, por otra parte, recordemos que, además del ambiental, se apoya sobre las dimensiones económica, social y cultural).
- De la consecución de esos dos objetivos se derivará el tercero: que nuestra especie se perpetúe.
Supongamos que hubiera consenso general en que estos han de
ser los objetivos. En tal caso, un primer corolario es que no estamos tratando
de nada que se resuelva simplemente con mejor tecnología y cambios
organizativos. La tecnología y una mejor organización ayudarán mucho, qué duda
cabe; pero no parece aconsejable confiarles nuestra felicidad y nuestra
capacidad de respetar a las demás personas y al planeta. Ni siquiera aunque la
felicidad de las personas dependiera de aquello que, a priori, puede
proporcionar la tecnología, es decir, energía, bienes de consumo y, hasta
cierto punto, salud, serían los avances técnicos una solución duradera, pues no
se vislumbra la posibilidad de que puedan evitar el agotamiento de los recursos
al que estamos abocados si no disminuimos nuestro consumo.
Si los seres humanos entendemos que debemos alcanzar los
tres objetivos enumerados, entonces queda en entredicho la eficacia de la “conversión”
del capitalismo a los postulados verdes. El capitalismo verde aspira a
solucionar los problemas medioambientales con aplicaciones tecnológicas y
cambios organizativos. Esa aspiración es buena porque permitiría ganar tiempo
pero, por sí sola, no sirve. Y ello es así por varios motivos:
- El primero es que la realidad muestra que los enormes avances tecnológicos de las últimas décadas no han ido acompañados de una mejoría de los indicadores ambientales generales del planeta, sino de un empeoramiento de los mismos. Uno de los motivos es que parte de estos avances se han traducido en aumentos de la eficiencia y de la productividad que han impulsado crecimientos de la producción, los cuales, a su vez, han aumentado la necesidad global de recursos naturales.
- El segundo es que el capitalismo necesita economías de escala para disminuir los costes por unidad de producto. Ello requiere un aumento constante de la producción, a no ser que se ejerza una cómoda posición monopolista u oligopolista que permita un control tal del mercado que ya no haga falta preocuparse por la disminución de costes. Pero esta última posibilidad es perjudicial para la sociedad, por lo que representa en términos de concentración de poder.
- La Tierra es un planeta finito. Por tanto, no puede soportar un modelo económico que requiere un aumento constante en el uso de los recursos. Quizás muy a largo plazo se consiga desarrollar una auténtica economía circular pero, ¿a qué nivel? ¿a uno que permita sostener a una población humana que alcanzará en este siglo 10.000 millones de almas que quieran consumir tanto como el europeo o estadounidense medio? No, por mucho que se reutilicen y reciclen los recursos, no hay suficientes para aspirar a semejante nivel de consumo. Otra cosa sería que se acepte la idea de excluir del consumo y del “bienestar” a una parte considerable de la humanidad; pero eso no es una apuesta ganadora porque, además de ser inmoral, solo traería más riesgos y más problemas. Volviendo a la idea de la evolución hacia una auténtica economía circular, tampoco parece que dispongamos de tiempo suficiente para desarrollarla, ya que nuestros problemas avanzan más rápido.
- Otra opción es explotar otros planetas, pero tampoco parece que vayamos a conseguir esa capacidad a tiempo de evitar la concreción de los riesgos que estamos creando. Y no es razonable invertir enormes sumas en desarrollar las tecnologías de explotación extraterrestre en lugar de invertirlas en un desarrollo verdaderamente sostenible en La Tierra.
- Y, por último, aunque todas esas opciones tecnológicas y organizativas fueran una apuesta segura para resolver los problemas medioambientales, muy probablemente serían un parche para salir de una crisis, la ambiental, que, al menos a escala global, es nueva en la historia de la humanidad. Pero dejaría sin tocar otras realidades, como la fuerte desigualdad en el reparto de la riqueza, que son fuente permanente de conflicto y que también son insostenibles (además de éticamente inaceptables), puesto que, habida cuenta del poder de destrucción y de alteración del medio que hemos acumulado, no se puede garantizar que, al calor de esos conflictos emanados de la desigualdad, nadie vaya a hacer nunca uso de armas de destrucción masiva.
El capitalismo verde es una solución cosmética. Ya que no
nos queda más remedio que afrontar la crisis ecológica, hagámoslo de tal modo
que, de paso, afrontemos también otras crisis, que no son más que
manifestaciones de la misma realidad, porque la causa última de la degradación
ambiental, de las guerras y de otras fuentes de sufrimiento es la misma: el
bajo grado de desarrollo humano en el que todavía, a pesar de nuestros avances
tecnológicos, nos desenvolvemos.
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