viernes, 12 de octubre de 2012

El desenlace de la crisis de civilización depende de … ¡ti!


   En este artículo quiero hablar de la forma en que creo que deberíamos de estar en el mundo para que este complejo y extraordinario ser que somos los humanos pueda desplegar su potencial indefinidamente, contribuyendo quizá con su propio potencial a perfeccionar el del Universo.

   Hay muchas formas de estar en el mundo. Tantas como seres hay.  Es imposible conocerlas todas, pero es fácil determinar si tras una determinada forma de estar subyace una actitud favorable al despliegue de ese potencial, es decir, una actitud favorable a la vida. Por actitud favorable a la vida entiendo aquella que obra conscientemente en pos del bienestar propio y ajeno, desde el respeto al planeta y a sus habitantes, las plantas y animales que nos acompañan en nuestro viaje. Es evidente que, conforme a esta definición, muy pocas personas obtendrían un sobresaliente, aunque solo sea porque la inmensa mayoría fallamos debido a nuestras pulsiones consumistas, que dañan a la Tierra y, a la postre, también a nosotros mismos.

   En determinados ámbitos de pensamiento decir que la humanidad se encuentra en una encrucijada es casi un lugar común. Pero no por ello deja de ser cierto. Nuestra accidentada existencia está jalonada de progresos y de desastres. A día de hoy el futuro es incierto. Sí, he dicho incierto, porque hay un elemento que evita que caiga en el pesimismo: nuestro progreso tecnológico ha permitido que miles de millones de personas tengan sus necesidades básicas cubiertas y, entre ellas, muchas han desarrollado valores postmaterialistas. En general son personas que no tienen que pagar un alto precio en términos de estrés y de ansiedad por tener sus necesidades básicas atendidas. Está claro que la actual crisis, que nos lleva a una creciente precarización, y el bautizo de cientos de millones de personas de los países en vías de desarrollo en la religión del consumismo, no juegan a favor de la expansión de esos valores postmaterialistas.

   Bien, lo cierto es que la actual crisis tiene unas dimensiones colosales, que no se habían dado anteriormente. Lo nuevo de la situación es que ahora los agobios económicos afectan especialmente a Europa y, sobretodo, a la llamada Europa periférica, que lo es tanto por su posición geográfica como por su subordinación a la Europa Central y del Norte. Pero la crisis de recursos, es decir, la crisis ambiental, es la que de verdad nos va a forzar a cambiar el rumbo, salvo que apostemos por una catástrofe de grandes dimensiones. Una catástrofe que no sería un acontecimiento único, sino una serie de acontecimientos derivados del cambio climático (escasez de agua y de alimentos, progresión de las enfermedades, migraciones masivas) y de la sobrexplotación de los recursos minerales, biológicos y energéticos. Es decir, dificultades ante las que, seguramente, reaccionaremos peleándonos entre nosotros. Surgirán tensiones geopolíticas y, con toda seguridad, también guerras por el control de los recursos. Si el Gobierno español estaba dispuesto a entrar en guerra con Marruecos por un peñasco llamado Perejil, el de Estados Unidos guerrea sistemáticamente para controlar las zonas petroleras y gobiernos y empresas transnacionales occidentales juegan un papel muy oscuro en las guerras por los diamantes o por el coltán en África, ¿qué no seremos los humanos capaces de hacer cuando nos puedan faltar agua y alimentos?

   Y es que el agua y los alimentos están faltando ya y las previsiones apuntan a que la oferta de los mismos puede no llegar a satisfacer una demanda creciente. No estoy hablando de la situación que ya viven cientos de millones de personas en los países pobres; me refiero a los incrementos de precios en estos bienes esenciales que pueden afectar muy seriamente también a los países ricos. Y otro tanto ocurre con la energía: el petróleo es cada vez más escaso y difícil de obtener; el uso de otros combustibles fósiles, como el gas natural y el carbón, emite CO2 y provoca el calentamiento global; la energía nuclear no es rentable, lo cual, afortunadamente, frena su desarrollo; las energías renovables no se extienden con la rapidez necesaria … Agua, energía y alimentos en primer término, y minerales estratégicos en segundo lugar, estarán en el centro de tensiones crecientes. Tensiones que unos seres como nosotros, tecnológicamente desarrollados pero muy primarios en lo que a nivel de conciencia se refiere, probablemente intentaremos resolver con la competencia en lugar de con la colaboración; con la guerra en lugar de con la confraternización ante problemas comunes.

   No me extiendo más sobre la gravedad de nuestros desafíos medioambientales. Según las encuestas, hay mucha gente que todavía no se los cree, no los conoce y/o siente que no le afectan y que no son una prioridad (la última encuesta del CIS en España es bastante elocuente al respecto). Pero es fácil salir de la ignorancia porque, si hay algo que abunda en nuestros días y es accesible, es la información.

   El sistema económico mundial tiene una inercia enorme. La forma en que la mayoría de nosotros nos ganamos el pan es insostenible desde el punto de vista medioambiental. Quienes todavía disfrutamos del bienestar dedicamos nuestra energía a no perderlo, y quienes ya lo han perdido o no llegaron a tenerlo no son suficientemente fuertes como para lograr un cambio de rumbo. Entretanto, es evidente que una minoría ciega por su codicia y su ambición dirige irresponsablemente el destino de la humanidad. Lo hace con la cooperación necesaria de una clase política mayoritariamente mediocre y demasiadas veces corrupta, a lo que hay que añadir el pasotismo de la mayoría de la sociedad.

   Por tanto, como reza el título del libro de mi amigo Alfonso Colodrón, es hora de despertar. Termino este artículo con las siguientes propuestas para no ser colaboradores de la destrucción.
  • Sé muy cuidadoso con el uso de los recursos. Ahorra agua, energía y genera los menos residuos posibles. No hace falta que te diga cómo: hay mucha información en internet.
  • Cuida tu alimentación y la de los tuyos. Busca calidad y, a poder ser, hazlo fuera de los monopolios de distribución. Apoya el comercio local y compra alimentos de temporada producidos cerca de ti. Interésate por las cada vez más numerosas cooperativas de consumidores.
  • Haz de la austeridad y de la solidaridad principios rectores de tu vida. Este sistema depredador de los recursos y de las personas tendrá que cambiar necesariamente cuando el exceso, el consumismo, el usar y tirar y la competencia descarnada sean sustituidos por la moderación, la austeridad, la responsabilidad  y la cooperación.
  • El dinero es la sangre del sistema capitalista. Los bancos, a través de nuestros depósitos, y los gobiernos por medio de los impuestos que recaudan y gastan, son el corazón que lo bombea. Coopera para que el corazón bombee bien y que la sangre se distribuya adecuadamente. Para ello, busca información sobre banca ética, monedas sociales y finanzas alternativas. Sé consciente de aquello en lo que es bueno gastar el dinero público y aleja tu dinero de bancos que no te informan de en dónde lo invierten.
  • Haz un esfuerzo por conocerte y por conocer a los demás desde una actitud tranquila y desprovista de prejuicios. Dedica tiempo a la espiritualidad a través de la meditación u otras fórmulas de desarrollo personal. Te ayudará a desapegarte de las pulsiones y obsesiones de todo tipo y a ganar bienestar para ti y para quienes te rodean.
  • No caigas en el pesimismo. La fuerza la tenemos todos y cada uno de nosotros. El todo es más que la suma de las partes. Las crisis son la oportunidad para mejorar. De hecho, al igual que ocurre en la vida de las personas que, para cambiar, necesitamos una buena crisis, a las sociedades les pasa lo mismo, porque están compuestas de personas.

Estamos en una encrucijada: haz lo posible para encontrar el camino de salida correcto.

Por Miguel Á. Ortega. Economista. Director de la Asociación Reforesta

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