lunes, 5 de septiembre de 2011

¿Educación?... ¿para qué?

(Escrito en enero de 2009)
Por Miguel Á. Ortega (*)
A la vista de cómo va nuestro mundo, no cabe más remedio que cuestionar el modelo educativo. El informe PISA establece un ranking entre países en función de los conocimientos adquiridos por los alumnos, y se ha convertido en la principal y esperada referencia para los gestores de la educación. Es una muestra de que la prioridad son los conocimientos y destrezas instrumentales destinadas al sistema productivo. Un sistema productivo cuya razón de ser está cada vez más cuestionada. Como se basa en el consumo de masas, la orientación que los humanos nos damos a nosotros mismos es la de convertirnos en unidades de producción y consumo, y parece como si el sentido de nuestras vidas fuera producir para después gastar lo que hemos ganado produciendo. Amén de cuestiones como quién se está quedando la mayor parte de lo que entre todos producimos, lo importante es preguntarnos si sentimos que nuestras vidas son plenas y si confiamos en que este sistema nos depara un buen futuro.
Tenemos que ser más pragmáticos. Sí, pragmáticos. Nuestro modelo neoliberal con pinceladas de economía social se presenta a sí mismo como el paradigma de la eficacia y del pragmatismo. Yo pienso que no hay nada más pragmático que intentar ser feliz. El tan traído modelo, también lo piensa, y por eso quienes de él participamos nos creemos que la felicidad está en lo que nos ofrece: el consumo de una enorme variedad de productos y servicios. Pero, algo falla, a juzgar por crisis puntuales como la que vivimos ahora, por la crisis de fondo (esa de las guerras, el deterioro ambiental, el hambre y las desigualdades) y por las principales enfermedades de nuestro tiempo, tales como la depresión, la obesidad y las cardíacas, que dicen algo de nuestra forma de vivir. ¿Será que habrá que buscar la felicidad en otras cosas? Supongamos que sí. Entonces, las preguntas siguientes son ¿en dónde? y ¿cómo?
Creo que lo primero es replantear el modelo educativo, creando un sistema capaz de transmitir sabiduría, y no sólo conocimientos. Una sabiduría destinada a ser felices, lo cual pasa por aprender a evitar o, en último extremo, saber resolver, los conflictos con los demás, con nosotros mismos y con la Tierra. Esto conlleva potenciar la inteligencia emocional, la empatía con los demás y el autoconocimiento. Iniciativas como la asignatura de Educación para la Ciudadanía van por el buen camino, pero no son suficientes, porque se quedan en algo anecdótico, cuando lo deseable sería que todo el proceso de formación se entendiese como un camino de crecimiento personal. Además, la sociedad debería construir espacios donde todos podamos seguir compartiendo y construyendo aprendizaje, una vez que hemos abandonado la etapa formativa propiamente dicha. En este sentido, la psicología debería llegar a todos los espacios de aprendizaje, para niños y adultos, a modo de talleres vivenciales. Por supuesto, los profesores deberían adquirir las capacidades para poner en práctica estos enfoques, lo cual exigiría que ellos mismos aprendieran, y lo hicieran viviendo y experimentando. Me atrevo a ir más lejos, para reclamar un hueco importante dentro de este planteamiento, para ramas de la psicología aún poco aceptadas en España, como la Gestalt y la psicología transpersonal. Junto a ellas, hay que reconocer la enorme aportación de las filosofías orientales, incorporando prácticas como el yoga y la meditación. Igualmente hay que potenciar una adecuada cultura de la alimentación y del cuidado del cuerpo en general. De esta forma facilitaremos el equilibrio cuerpo-mente, a los que yo añado también el espíritu. Desde ese equilibrio podemos llevar una vida más plena y armoniosa. El objetivo final es que dispongamos de las herramientas que nos permitan percibirnos más intensamente como seres vivos auténticamente conscientes. A partir de aquí, nuestro centro de gravedad personal se desplazará desde el actual “tener” hasta el “ser”, y los aspectos relacionales y vivenciales ganarán protagonismo en nuestras vidas, arrinconando las pulsiones consumistas y los comportamientos agresivos. Estoy seguro de que esto desencadenaría un proceso natural de cambio del modelo económico.
La humanidad se ha acostumbrado a pensar mal de sí misma y a creer que nuestra especie no tiene arreglo. Pero nosotros mismos, desde nuestros rígidos moldes mentales, creamos nuestra propia realidad. Carl Gustav Jung habló del inconsciente colectivo, formado por el conjunto de ideas y recuerdos que pertenecen a toda la humanidad y que son fruto de la experiencia de innumerables generaciones. Algunos físicos han propuesto la existencia del Campo Akásico, que se expandiría por todo el universo y sería la fuente última de la información que observamos en la naturaleza en forma de leyes naturales o de programas genéticos. En este campo quedaría impresa, a modo de información sintonizable y activa, la huella de todos los seres que han existido. Esta teoría es coherente con el creciente consenso acerca de que la evolución biológica no se ha podido producir por azar, siendo por tanto necesario algún tipo de “guión” preestablecido. Si bien los seres humanos percibimos un mundo repleto de objetos individualizados y separados (nosotros mismos entre ellos), y actuamos conforme a esa percepción, abusando de otros seres humanos y de los recursos que nos ofrece la Tierra, como si estos comportamientos no pudieran pasarnos factura, los avances científicos demuestran que la realidad no funciona así. La física cuántica ha determinado que las partículas tienen una doble naturaleza, porque son corpúsculo y onda al mismo tiempo. Las ondas forman campos y a través de esos campos todo queda interconectado. La investigación biológica ha encontrado ese mismo tipo de fenómenos en el cuerpo de los seres vivos. Sabios de distintas épocas, lugares y creencias, y filósofos de la ciencia, estos últimos relacionados en su mayoría con la física cuántica y la cosmología, han participado de la idea de que los seres humanos, cuando alcanzamos ciertos estados de conciencia, podemos establecer conexiones psíquicas entre nosotros y con otras dimensiones del Ser, llegando a alcanzar una sensación de unidad con el Todo. Parece que la ciencia y la sabiduría perenne, esa que, desde distintas culturas, se ha ocupado desde hace milenios en buscar respuestas a las preguntas fundamentales, están en un proceso de confluencia. El mensaje que se deriva de todo esto es muy esperanzador, porque contribuye a llenar de sentido nuestras vidas, a dotarnos de un sentimiento de integración con nuestro planeta, a llenar el vacío existencial que es la fuente de tantos problemas, y a ayudarnos a romper esos esquemas mentales que tanto nos limitan. El crecimiento personal y la difusión de conocimientos verdaderamente trascendentes debería ser el camino a seguir por el sistema educativo, que adquiriría así una gran capacidad de sanear el tóxico inconsciente colectivo actual. Esto es condición necesaria para que se produzca el salto cualitativo que la humanidad requiere.
(*) Miguel Á. Ortega es presidente de Reforesta               miguel.ortega@reforesta.es

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